di Anna Scicolone da Madrid
Hace tiempo apareció en un periódico francés una pequeña columna en la que se resumía el sentido del arte en los cuadros pintados por el artista colombiano Fernando Botero.
La noticia, que se desarrollaba a partir de una única pregunta al pintor, ponía a Botero en la condición de sintetizar, en pocas líneas, el trabajo de una vida.
Al preguntarle por qué pintaba sujetos gordos, él contestó argumentando que la gordura es el elemento base de una burla cariñosa empleada para describir algunos aspectos de la vida y, más en general, de la sociedad moderna occidental. El pintor colombiano seguía añadiendo que en sus cuadros no hay personajes gordos, sino una manera para llegar a dar una sublimación de una realidad que parece, bajo muchos puntos de vista, deformada. De hecho, él declaraba que su forma de expresarse no era otra sino el medio para materializar una inquietud; una inquietud social que en su caso se volvía una preocupación de tipo estética.
Parece anacrónico pero los trabajos de Botero pueden tener una lectura bastante ejemplificativa si se aplica su idea básica a los movimientos de las sociedades modernas. El malestar que se esconde detrás de sus obras es, en el fondo, el retrato del malestar que hoy aflige, en número cada día más extenso, a las poblaciones del mundo occidental.
Enfermedades como obesidad por un lado y anorexia y bulimia por otro son las caras de una misma moneda. Se trata de trastornos que afectan al espíritu pero que se manifiestan a través de un sufrimiento del cuerpo.
Que se trate de un cuerpo obeso o de un cuerpo reducido a un montoncito de huesos no hay ninguna diferencia: en ambas situaciones extremas, existe un malester evidente, y muchos otros latentes, cuyo tratamiento requiere ante todo la disinfección de heridas psicológicas para luego obtener mejorías en el cuerpo. Eso significa que en los que muchos suelen llamar, quizás erroneamente, “trastornos de la abundancia” hay un denominador común. Así que, frente a los datos y a las estadísticas que cado año la Organización Mundial de la Salud nos proporciona, parece claro que los trabajos de Botero no son tan anacrónicos. Según afirma dicha Organización, más del 20% de la población mundial padece un trastorno relacionado con la alimentación. En 2008, más de 500 millones de personas en todo el mundo eran clínicamente obesas, o sea tenían un Índice de Masa Corporal (IMC) – la medida resultante de dividir el peso del individuo en kilos por su altura en metros al cuadrado – superior a 30, lo que presupone una obesidad de tipo grave, o de segundo grado. La incidencia era mayor en las mujeres, un 13,8 % frente a un 9,8 % de los hombres. El problema de la obesidad ya no es exclusivo de los países ricos. Y hoy, más del 40% de la población mundial es obesa, el doble que hace treinta años (Datos EFE, 2011)
Y más allá de las explicaciones de matices sociológicas que localizan en la abundancia, en el bienestar y en la proliferación de la comida basura una de las causas más preocupantes de la obesidad, hay cierta coincidencia entre los médicos en sustantar la tesis de la inquietud social como factor principal de estas enfermedades. La comida, según ellos, se vuelve algo sobre que descargar momentos de euforía y momentos de frustración. Pese a esto, datos y estadisticas proponen números alarmantes. La obesidad crece y se propaga como si fuera un virus, afectando a hombres, mujeres y niños, categoría, ésta última, en peligroso crecimiento.
De entre los países europeos con tasa de obesidad elevata, España se sitúa en el segundo lugar, con un porcentaje en crecimiento sobre todo entre los niños de edad inferior a los doce años. De reciente, la Fundación Thao Salud Infantil ha presentado un estudio en el que revela que uno de cada tres niños y niñas españoles, de entre tres y doce años, sufre exceso de peso y concluye que la prevención antes de los tres años es uno de los elementos clave para frenar la obesidad infantil. El estudio, presentado en Barcelona, coloca a España entre los países europeos con un mayor índice de exceso de peso infantil, con un porcentaje cercano al 30%, situando la tasa de sobrepeso en un 21,1% y la de obesidad en un 8,2%. (Datos EFE, 2011). El mismo dato sobresale en otro estudio que se realizó a finales de 2010 en ocho países europeos: el 17,8% de los ninos españoles tiene sobrepeso u obesidad, pero se pone de manifiesto que Italia es el país con más obesidad infantil. En cambio, Bélgica y Suecia son los que registran menos.
Y aunque la causa tenga a menudo una raíz psicológica y social, no hay que olvidarse de los riesgos que la obesidad comporta para la salud en general. De hecho, otros datos destacan que el riesgo detener un cáncer de mama es mucho más probable en mujeres obesas. Lo mismo pasa con el cáncer de colon, que afecta en mayor medida a los hombres con un peso corporal superior al límite permitido.
Al fin y al cabo, en una columna Botero ha sintetizado perfectamente el espíritu de una época; una época caracterizada por una inquietud pero donde social y estética se mezclan originando, de hecho, una inquietud que tiene el aspecto de un monstruo.
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