de Anna Scicolone, desde Madrid
El otro día escuché por casualidad una conversación entre las muñecas de mi hija. Hablaban de un asesinato, premeditándolo todo. Por la noche, quise que mi hija durmiera conmigo, en mi cama. Al día siguiente, recogiendo su habitación, noté que a una muñeca le faltaba la cabeza. Regañé a mi hija, le dije que cuidara sus muñecas, que no les hiciera daño. Ella me miró con extrañeza. Esta mañana he escuchado otra charla entre ellas; entendí que la muñeca decapitada era la única que se negaba a matar a mi hija.
Ya, pensé, cuesta mucho ser diferente. A menudo, una opinión distinta se paga con la vida.
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