de Anna Scicolone desde Madrid
Se levantaron y se fueron, hacia dos direcciones opuestas. Antes de que el tiempo y el espacio dividieran para siempre sus destinos, él se volvió para mirarla. Sólo vio de ella el pelo, rubio y larguísimo. Retomó su camino y lentamente se alejó. Un instante después, ella se giró hacia aquel hombre que la hizo feliz y prisionera al mismo tiempo. De él, sólo vio el abrigo gris. Nunca tuvieron la suerte, o el deseo, de girarse para mirarse en el mismo instante. Sus miradas, que no se cruzaron en aquella última ocasión, en el fondo nunca se habían cruzado.
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