di Anna Scicolone da Madrid
El fruto de la globalización de la información lleva consigo también la globalización de las ideas y de las acciones. Consigue de esto, unos títulos, de evidente derivación periodística, tanto provocatorios como discutibles. Hasta hace pocos años, a la carta era la comida que se podía elegir estando sentados en un restaurante. Ahora a la carta se puede elegir un hijo. ¿Una paradoja? No, una realidad. Por supuesto no priva de incertitumbres y controversias.
La polémica, acompañada de un evidente estupor, surgió en 2009 cuando a los medios de comunicación españoles saltó la noticia de que una clinica de reproducción asistida de Estados Unidos anunciaba, como si fuera el gran descubrimiento del siglo, la opción de elegir embriones libres, no sólo de genes asociados con determinadas enfermedades, sino también con los rasgos estéticos preferidos por los progenitores, o sea el sexo del bebé, el color de los ojos y del pelo. Pues eso sencillamente significa jugar con la leyes de la herencia, llevando a la práctica las modificaciones delgenomahumano. De hecho, el procedimiento es muy similar a otros que ya se aplican en las técnicas de reproducción asistida y se basa en el método conocido como “diagnóstico genético preimplantacional”, utilizado para prevenir ciertas enfermedades en los bebés. Los médicos analizan una célula de cada embrión para detectar determinadas patologías de origen genético e implantan en el útero de la madre sólo los embriones sanos. Por lo menos hasta ahora. Pero igualmente, la técnicapermite descubrir qué embriones desarrollarán rasgos genéticos como pelo rubio u ojos verdes y seleccionar sólo los que tengan las características deseadas. En la mayoría de los países europeos la legislación sólo permite la selección genética en reproducción asistida por motivos de salud, pero este no es el caso de Estados Unidos.
¿Qué hay de más comodo y práctico de eso? Parece peligrosamente evidente que la maternidad se ha transformado en shopping, y justo como la compra que se hace en el supermercado, hoy la mujer tiene la posibilidad de elegir el sexo del nene que va a dar a la luz. Las grandes ciudades del mundo occidental están llenas de centros comerciales, lugares que permiten evadir del aburrimiento dictado por la rutina, así como aburrido parece el hecho de ser padres de manera ortodoxa, dejando al caso la emoción de saber cómo será el niño o la niña que una mujer lleva en su vientre.
A veces, sólo pienso en cuánto me gustaría vivir en África o en una gran reserva india. Lugares que desconocen el poder perverso de la tecnología…
Personalmente, me parece así tan paradójico da darme risa y lagrimas a la vez. Siempre he pensado que un niño era el fruto del amor entre dos personas o, mejor dicho, que en la mayoría de los casos debería ser así. Y que la preocupación de los futuros padres sólo tenía que relacionarse con la salud del feto. Pero, pero… ¡Ya estamos en la era de la globalización! Estamos en la era del conocimiento científico llevado a la locura, y todo de repente cambia, y no hay más espacio para el romanticismo. E igualmente, todo, de pronto, parece estar permitido.
Pero yo soy total y peligrosamente anacrónica y esta época, con la que no me llevo muy bien, me ha dotado del don del sentido común; don, éste último, que en este caso concreto me obliga a darme cuenta de que existenten asuntos “candentes” por los que es mucho mejor que las consideraciones personales se queden entre líneas. Hay que ser políticamente correcto… Sólo haría falta preguntarse qué hay de “ético”en todo eso y razonar sobre cuánto el hombre puede ser peligroso para sí mismo y para la continuidad de la especie. Es evidente que a menudo, cuando el hombre se apodera de las herramientas de la ciencia, se crea una relación de amor que puede volverse peligrosa. Lo que me lleva a recordar que en una época de la historia del hombre, sin duda la más penosa, ya pasó algo semejante, aunque los objetivos tenían una raíz moral diferente. Hubo un tiempo en el que cierto personaje triunfó por hacer experimentos médicos de evidente matiz diabólica, cuyo éxito fue tal hasta el punto de regalarle el apodo de “Ángel de la Muerte”. Por supuesto, se trataba de un reconocimiento al “valor moral” de indudable importancia.
Hasta hace poco, vivía en una ciudad, mi ciudad natal, en la que el peso de la presencia del Vaticano influye en la formación de una opinión de masas; afortunadamente no en la opinión de todo el mundo. Hace casi dos años, cuando la práctica de moda se llevó a la atención de la gente, el Papa dictó el enésimo NO desde su ventana en la Plaza San Pietro de Roma. Nada de novedoso en todo eso; sólo era otro NO que se iba a añadir a una serie de NOES ya famosos en todo el mundo: NO al utilizo de la pildora anticonceptiva, tampoco servirse de la pildora del día después para intentar remediar a un error o una distracción pecaminosa, ni siquiera pensar en una interrupción voluntaria de la gravidancia, hábil perífrasis para indicar un aborto.
Pero, en lo que concierne al tema de los bebés, me encontré – raro pero cierto – de acuerdo con su Santidad. Hay que poner una limitación a la ciencia. No se puede elegir un niño igual que se elige un vestido. No es ético, roza la locura, ni siquira refleja el instinto de maternidad que, teóricamente, debería tener una mujer a la hora de concepir un niño.
Me pregunto de dónde llega el deseo de eligir el sexo, o incluso el color de los ojos de un niño que aún no ha sido concebido. Y me pregunto también si estas categorias de padres son realmente intencionados a ser padres o sólo buscan una manera para compensar todo lo que en su vida no ha funcionado como ellos hubieran querido que funcionara. Quizás un sentido de frustración se esconda detrás de tal elección…
Y me contesto afirmando que los niños viven en un mundo encantado y envidiable. En este mundo suyo, los niños saben que el artífice de todo es la cigüeña. Y la cigüeña no elige el color del pañueloque, colgado en su pico, contiene el nene que va a entregar; lo toma acaso y con una elección del todo fortuida logra hacer felices a muchas personas.
Yo también quiero vivir en ese mundo…posiblemente antes de que las cigüeñas se extingan.
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